domingo, 8 de noviembre de 2020

El espejo

El espejo

     Muerta. La rodea un olor profundo de vómito y mariguana. En la mesita de cristal el cadáver inmóvil de la pipa del Che lo miraba con sus barbas de tagua lacada. Las sábanas eran una mezcla perfecta de sangre, sudor y semen. Él, un despojo hermoso. Tenía la facha de un saltimbanqui muerto. <>. La pueblan miles de habitantes que encadenan su cuerpo al infierno maravilloso de la noche anterior. <>. Sonríe. La náusea bordea su lengua. No resiste más y se deshace sobre la espalda de él. Mierda.

     Se desata con pesar de las entrañas profundas y asquerosas de la cama donde él todavía duerme. La mujer de la fotografía le sonríe. Camina al baño con la sensación cierta de que alguien la espía. El espejo le recibe con toda su luz cruel. Su cuerpo es un guiñapo repleto de moretones y arañazos. Sonríe. Muerde sus labios y la náusea vuelve. Su brazo alcanza a descubrir el inodoro y cae empujada por la angustia de arrojar todo el lodo que tragó ayer. Rendida, abraza el tubo goteante del lavabo. Logra incorporarse. Deja que el agua corra. Su cabeza se hunde entera en el chorro que refresca sus cabellos... Frente al espejo, Marcela encuentra en los ojos de la mujer que la mira los mismos ojos de él, sí, de él.

     Vuelve a la cama, lo abraza como hace veinte años, cuando ambos eran niños y ella tenía un frío incurable que solo él, -al fin de cuentas su misma sangre-, logró calmar por completo.

Carlos Caza, Quito, Ecuador.

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